Mujeres Independientes en Australia

-«A ver cariño, la cerveza me la compro yo».
Esa respuesta puede ser muy típica a cualquier chico que le quiera invitar una bebida a Raquel en un bar. Así, con humor, aciertos y verdades fuimos protagonistas de un capítulo muy importante de nuestras vidas: «Mujeres independientes».
Luego de unos meses de conocer a Raquel y Marta, de España, y Natasha, otra Argentina como yo, emprendimos viaje en dos autos, con la cama atrás, mochilas cargadas, las sillas, la cocina, bolsas de comida, y dos bidones de nafta en el techo. Nos dirigimos desde Perth, capital del Oeste Australiano hacia Exmouth por la costa y luego nos adentramos a Karijini National Park.
La aventura nos llevo más de cerca hacia el “arreglárnosla solas”.
-¡Nosotras lo podemos hacer porque somos independientes!
Nuestra frase célebre, que tiene verdad, pero también lleva humor y esconde motivación.  Hemos crecido en una sociedad que te hace creer que si te encajas con el auto o le falta aceite tenés que llamar de inmediato a tu papá o a tu hermano, tan sólo porque son hombres. Así en un montón de cuestiones. Pero hace rato que ya sabemos que no es tan cierto. Nosotras lo hemos comprobado.
Una mujer independiente se limpia la casa, trabaja para pagarse las vacaciones y mantenerse, cuida de sus pares, arregla lo que se le rompe, es creativa, se las ingenia para salir adelante en cualquier situación, te cambia el aceite, te chequea un auto a comprar, te hace el fogón, te cocina y encima le da tiempo para ir al gimnasio y ponerse cremas para que entre tanta vida agitada no le salgan las arrugas tan temprano, y además, tiene amor propio.
Todo esto lo hemos aprendido y aún continuamos en camino.

PARTE I


Una de las tantas noches mientras estábamos en Exmouth, una playa elegida por los turistas para hacer snorkel y donde comienza la barrera de Coral del Oeste Australiano, los vecinos del sitio nos había invitado a un evento de rifas y juegos que harían esa noche en el único bar del pueblo. Como sangre latina que llevamos cada una de nosotras se nos hizo tarde para llegar y poder cenar en el lugar, es que las cocinas cierran a las 20. Entonces decidimos ir al estacionamiento de la playa y ponernos a cocinar ahí. Un poco gitano, pero no teníamos opción. Ir hasta el camping y volver no era un buen plan.
Entonces comenzó el show, sacamos las sillas, la mesa desplegable del auto de Natasha, las bolsas con comida, colocamos una linterna donde cocinaríamos y así empezó la discusión. Cocinar arroz o pasta y decidimos la segunda, ahí llego el momento donde Marta, con su acento madrileño, empezó a quejarse: «Hay chicas, coño, que no lo podéis creer. Esto no anda más». Se nos había roto la cocina de camping. Entramos en desesperación por unos segundos, bueno, más bien las chicas, porque quien les cuenta la historia es una persona muy tranquila y más pasan los años, menos enloquece. La calma es un poco mi estilo de vida y en mi opinión todo tiene solución. Así que no me moví de mi reposera viendo cómo se preocupaban porque la cocina ya no funcionaba. En un momento Raquel levanta la voz, siempre actuando como una madre que viaja con sus tres hijas de cinco años y debe poner orden: -“A ver, mis niñas, tenemos otra cocina, así que tú Natasha continúa cortando vegetales y tú Marta intenta ver porque no anda. Somos independientes y lo solucionaremos”.
Créanme que para mí cada segundo fue un show. Mientras vivíamos en Perth, siempre fui la que cocine, y durante el viaje me despegue de ésta tarea para ver cómo ellas se desempeñaban y claramente reírme mucho.
Entonces, ¿Adivinen qué? La cocina fue pasando de mano en mano, le dimos vueltas y vueltas, probamos de mil maneras arreglarla y finalmente encontramos lo que fallaba y lo solucionamos. Era una trabita que hacía falso contacto cuando colocábamos el tubo de gas. Así que descubrimos que poniendo un palito para que ésta no hiciera falso contacto, se solucionaba, el tubo no se salía y tampoco perdería más gas.
Finalmente pudimos poner unos fideos a hervir e inventar una salsa de tofu, zucchini y crema de coco. Muy al estilo Natasha, la vegana y ambientalista del grupo (en todos hay una Natasha, eso creo). Porque encima teníamos que crear comidas con lo que nos quedaba en el auto, por lo menos hasta llegar al próximo supermercado, algo difícil de encontrar en una ruta del Lejano Oeste.
Comimos, lavamos, levantamos campamento, una vez más todos los utensilios adentro del auto y fuimos al evento del pueblo.
Sí, llegamos tarde pero nunca es tan tarde para tomar unas cervezas con Australianos.

Continuará.

¡No te pierdas la Parte II de este capítulo de nuestras vidas!

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