El día que vi caer a Brasil

Es una realidad que en lo futbolístico Argentinos y Brasileños somos más bien enemigos y luego de compartir encuentros con muchos de ellos debo admitir que en lo genérico hay más bronca de su lado. Por lo que no está mal, en estos casos, alegrarse de la desgracia ajena.

Antes de llegar tenía “miedo”, mi amigo Thales, quien me alojó y mostró Río de Janeiro desde sus entrañas, me había dicho con mucha seriedad, que en momentos de Mundial era mejor hacerme pasar por Uruguaya. “Es por tu seguridad”, me insistía. El ambiente ya estaba caldeado. No había ni una persona (grande, chica, mujeres, hombres) que no vistiesen la camiseta de su país y no sonrieran convencidos de que la copa se la quedaban.

El 9 de diciembre se jugaban los cuartos de final del Mundial en Qatar. Ese día, cuatro países luchaban su pertenencia. Brasil-Croacia y Argentina-Países Bajos. Primero el partido de Brasil y luego el de Argentina. Mi amigo me dijo: “La mejor opción es ir a ver los partidos con mis amigos del colegio, se juntan en una casa, van hacer asado, y lo más importante es que está todo bien con llevar una Argentina, además uno de ellos vivió en Buenos Aires muchos años y luego quieren ver tu partido. Porque si vamos a un bar, no se como te trataran”.

Hacia allá fuimos a eso de las 12, almuerzo y previa. Barril de Cerveza Brahma para ser bien nacionalistas y churrasquitos, que según ellos tienen la mejor carne. Charlas, bromas, repaso de partidos viejos y mucha alegría mundialista. Algunos eran más simpáticos que otros, pero por lo menos hasta el momento nadie me había insultado por ser una Argentina entre 20 brasileros en su tierra.

El partido estaba a punto de comenzar, la antena e internet estaba chequeado, los jugadores en Qatar salían a la cancha, y ellos se acomodaban entre sillones y sillas frente al televisor, aunque otros preferían quedarse parados detrás. Yo opte por un asiento a un costado de todo el espectáculo.

Antes de cantar el himno, uno de los chicos trajo de un cuarto una réplica de la Copa del Mundo, ésta misma persona, pasó por delante de cada uno para que le den un beso, parecía un ritual, una cábala. Todos lo hicieron con una gran corazonada de que ese partido ya estaba ganado. Llegó mi turno. Se puso delante mío con la copa en mano, la inclinó para que hiciera lo mismo. En ese mismo segundo nos miramos a los ojos con pensamientos encontrados. Hice una cara muy rara y dije: no voy a besar la copa antes de tiempo. En el mismo instante me expresó: “Tampoco está bien que una Argentina bese nuestra copa”. De ambos lados, cometer ese acto significaba un error. Con mi bandera y orgullo bien en lo alto dije que no. Él fue y la colocó en el piso frente al televisor.

El partido comenzó, el living se hizo silencio por unos minutos, algún que otro cántico y de a poco iniciaron los murmullos, aplausos, puteadas. Claro que todo iba dependiendo del juego, aliento y penas en portugués, lo que para mí era divertido de presenciar. Iban pasando los minutos y no había goles, el clima era extraño, pesado, el buen humor de la previa se apagaba con el correr del tiempo. Terminaron los 90 minutos y no quedó otra que ir a prórroga. Yo no omitía opinión, ellos volvieron a pasarse la Copa y besarla nuevamente. Así, a los 15 minutos del tiempo suplementario todos saltaron de su asiento para fundirse en un abrazo infinito porque su ídolo Neymar marcaba el primer gol, el que los llevaba a la semifinal. Suspiraron, se relajaron, festejaron, confiaban en ser los ganadores. Pero los croatas no se dieron por vencidos y siguieron jugando de igual a igual, por esto en el momento menos esperado Bruno Petkovic empataba para darle paso a los penales.

Los cariocas no lo podían creer, se miraban desconsolados, puteaban al entrenador, y sus jugadores que antes eran cracks ya los veían con otros ojos, el sentirse ganador ya no era un sentimiento, ahora tenían miedo, rezaban y rogaban ganar. El arbitro dio inicio a los penales. Perdieron 4 a 2.

Todos se agarraron la cabeza, se taparon la cara, moviéndola de un lado al otro, no lo entendían. Una vez más los campeones de cinco Copas del Mundo quedaban afuera. Uno de ellos sacó la transmisión en vivo y puso música, otros en silencio fueron por más cerveza y el resto no paraba de putear y hablar de los errores del equipo. Como siempre las críticas en estos casos se hacen protagonistas.

Pero ¿qué era lo mejor de esta situación? Que yo no sentía nada de eso y no me iban a contagiar sus vibras. Como dije antes, en el fútbol alegrarse de la desgracia ajena está permitido. Y como Argentina ver caer a los Brasileños teniéndolos a mi lado, me hizo sonreír. Mucha atención en su duelo no les dí porque en minutos era el turno de Messi con sus amigos contra Países Bajos.

¡Pero esta historia ya la conocen!

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